Cómo lograr meditar
Silvia Martín
A priori meditar es algo sencillo, para hacerlo tan solo hemos de estar en una postura de quietud, en silencio, con respiración abdominal y situarnos en una actitud compasiva desde la que observar todo lo que acontece en nuestro campo mental, disfrutando, en ciertos momentos, de la presencia en el vacío.
Y es algo sencillo después de tiempo de práctica, como casi todo, y de seguir unos pasos concretos para conseguirlo.
Lo primero a tener en cuenta es que cuando vamos a sentarnos a meditar hay tres aspectos que debemos cuidar y cultivar:
1. La postura, por encima de todo, no debe causarnos dolor. Cuando vemos imágenes de personas meditando solemos verlas sentadas en el suelo, sobre un cojín de meditación o zafu, las caderas abiertas, las rodillas apoyadas en el suelo, los pies apoyados en el suelo (postura birmana) o sobre las pantorrillas (postura de loto) y la espalda recta. Esas posturas son las más habituales y tienen un sentido de ser y, aunque podemos llegar a ellas con práctica, si no tenemos la flexibilidad suficiente no es recomendable que comencemos a meditar desde ellas. Podemos, en cambio, comenzar sentándonos en una silla o en un banco de meditación (postura de diamante). Si no tenemos problemas con las rodillas, el banco de meditación es, sin lugar a dudas, la mejor opción, ya que la inclinación que tiene el asiento nos ayuda a mantener la espalda recta de manera natural.
Una vez que hemos encontrado el asiento que mejor se adapta a nuestras condiciones físicas del momento, ya sea en un banco de meditación, un zafu o una silla, lo siguiente es ajustar la colocación de nuestro cuerpo hasta ir encontrando la postura que, al no generarnos incomodidad, no nos distraerá del ejercicio de meditación y, además, será canalizadora de la conciencia.
Este ajuste hay que hacerlo poco a poco en cada sentada, ya que requiere de movimientos muy sutiles del cuerpo sobre los que debemos prestar atención. Algunas de las acciones que podemos realizar para conseguir una buena postura son las siguientes:
– Mantener la espalda recta, es importante que al hacerlo no forcemos la curvatura natural de la zona lumbar, ya que hacerlo nos puede lesionar.
– Retraer ligeramente la barbilla, o conseguir el “cuello de pato”, lo que nos permitirá liberar las cervicales de tensiones.
– Relajar los hombros y moverlos ligeramente hacia detrás para que la zona del pecho se aperture.
– Descansar las manos en las piernas o en el regazo y adoptar un gesto sagrado o mudra con ellas.
2. La respiración, que ha de ser una respiración abdominal, como la que teníamos cuando éramos bebés, con toda la zona del abdomen distendida y relajada. Cuando llevamos un ritmo de vida con cierto estrés solemos tener una respiración fundamentalmente torácica y nos cuesta bajarla al vientre. Hay técnicas y prácticas concretas que nos ayudan a recuperar la respiración abdominal, como el yoga, además del propio acto voluntario de hacerla cuando nos sentamos a meditar.
3. La actitud compasiva, que es el lugar en el que nos colocamos para observar los contenidos que surgen en nuestro campo mental. Llegar a esta actitud es lo que lleva más tiempo de práctica y con lo que solemos encontrar mayores dificultades, porque son muchas las actitudes arraigadas y los patrones de conducta que nos limitan y que hay que mirar y atravesar con amabilidad, como el juicio, la no aceptación, la queja, la culpa,… Algo que ayuda mucho a acercarnos a la compasión cuando nos sentamos a meditar es realizar el acto físico de esbozar una leve sonrisa, puede parecer algo sin trascendencia, pero al hacerlo abrimos la puerta a la amabilidad para con nosotros y ese es el primer paso hacia la actitud compasiva. https://www.el-proceso.com/2018/01/04/que-es-la-compasion/
Al comienzo de este artículo mencionamos que meditar requiere silencio, sin embargo, muchas de las meditaciones que conocemos o que nos proponen cuando realizamos talleres o algún tipo de instrucción de meditación son meditaciones guiadas, ¿por qué?
Al decir que al meditar estamos en silencio no nos referimos a un silencio externo sino a silencio interno, al silencio mental y conseguirlo requiere de unos pasos en los que las meditaciones guiadas son de gran ayuda. Los tipos de meditaciones guiadas que nos ayudan a calmar la mente poco a poco, hasta conseguir pequeños espacios de silencio interior, pueden englobarse en dos:
– Meditaciones guiadas de concentración o meditaciones Samatha, en las que la propuesta es que enfoquemos nuestra atención y observación en acciones concretas, como contar respiraciones, escanear nuestro cuerpo o visualizar. Con la práctica continuada de estas meditaciones conseguimos bajar la dispersión de nuestra mente.
– Meditaciones guiadas de contemplación o meditaciones Vipassana, en las que ampliamos la observación hacia los contenidos de nuestra mente tratando de no dejarnos atrapar por ellos. Cuando nos sentamos a realizar una meditación de contemplación es como si nos sentáramos en la butaca de un cine y nos dispusiéramos a ver una película, observamos desde la distancia.
Hay veces que cuando estamos realizando estos tipos de meditaciones tienen lugar instantes en los que logramos conectar con el vacío y, entonces, podemos degustar el estado meditativo.
A posteriori, meditar es una acción y, en este caso, solo desde la acción continuada es que cada persona puede encontrar su propio camino hacia la meditación.