Beneficios del mindfulness en la comunicación
Silvia Martín
El ser humano es un ser social por naturaleza.
Necesitamos estar en contacto con otras personas porque, simplemente, nos necesitamos las unas a las otras para subsistir, sobre todo, durante nuestros primeros años de vida.
Al nacer no sabemos hablar y eso no nos impide comunicarnos.
Siendo bebés, la mayoría de las veces es a través del llanto que comunicamos nuestra necesidad de comer o beber, para avisar de que necesitamos atención ante un dolor o molestia, para reclamar la necesidad de afecto o, simplemente, para transmitir cualquier necesidad fisiológica que tengamos.
Primero contactamos con nuestra necesidad y, al no ser capaces de satisfacerla, nos comunicamos por el medio del que disponemos para que alguien nos la cubra.
En ese momento de nuestra vida es una necesidad conectada fundamentalmente con nuestro cuerpo.
A medida que crecemos, pero aún en los primeros años de nuestra vida, entramos en contacto con nuestras emociones y nuestro comportamiento comienza a estar motivado, además de por las necesidades que nos transmite nuestro cuerpo a nivel fisiológico, por las necesidades que nos comunican nuestras emociones.
En ese momento, quienes nos educan juegan un papel muy importante ya que nos enseñan a gestionar nuestras emociones, encauzando así nuestro comportamiento para que la respuesta que generemos ante la emoción sea la que creen más apropiada para la situación y para nuestro beneficio. Estas enseñanzas pueden venir dadas por las palabras, que ya entendemos y que usamos en nuestras comunicaciones, pero en edades tempranas prevalecerá siempre el aprendizaje que obtendremos del propio comportamiento de quienes nos educan, por mucho que nos digan.
Y digo con consciencia en edades tempranas, porque en esos momentos estamos muy conectados con nuestro cuerpo, que es un maravilloso contenedor de información, que nos avisa de nuestras necesidades de alimento o bebida, de tener afecto, de atender un malestar, de expresarnos a través del llanto o de la risa, de movernos o de gritar, de relacionarnos y de con quién hacerlo o de qué modo y para qué,…
En esas edades hay algunas necesidades que ya podemos satisfacer de forma autónoma y, para aquellas en las que requiramos de ayuda, disponemos del uso de la palabra para pedirla.
Claro está que no siempre tenemos la posibilidad de cubrir nuestras necesidades, a veces, simplemente, no lo hacemos y, salvo que no hacerlo atente contra nuestra propia supervivencia, nos aporta experiencia de crecimiento y aprendizaje, si decidimos vivirla desde ese lugar.
A medida que nos hacemos personas adultas ganamos más autonomía y damos más uso a la palabra como medio de comunicación y es lógico, es muy cómoda, rápida y fácil y a nuestra mente le encanta, tanto, que cuando no estamos usándola para comunicarnos con otras personas, nuestra mente no para de generar pensamientos que la contienen.
Pensamientos de ideas propias o ajenas y que van determinando nuestra forma de vivir.
Pensamientos que nos enjuician de la manera que sea: nuestro comportamiento, nuestra imagen, nuestras capacidades, o que enjuician a otras personas.
Pensamientos de situaciones pasadas en los que navegamos, algunas veces buscando aprendizajes, o situaciones futuras que nos permitan ver escenarios posibles de acuerdo a diferentes acciones que pudiéramos tomar.
Pensamientos que son fruto del razonamiento y que nos conducen a tomar decisiones.
Todo tipo de pensamientos que de por sí son inocuos si no fuera que la mayoría de las veces nos quedamos atrapados en ellos, incluso, cuando estamos comunicándonos con otras personas.
Y así es muy difícil, por no decir imposible, que nos comuniquemos, entendiendo por comunicación el intercambio de mensajes (lenguaje verbal o no verbal) entre personas o grupos de personas.
Lo primero que nos dificulta una comunicación verdadera, sana y consciente, es que, siendo emisores no seamos conscientes del mensaje que queremos enviar, así que, antes de nada, debemos activar nuestra comunicación interna.
Al decir comunicación interna me refiero a nuestra capacidad de entrar en contacto con nuestro mundo interior para detectar, desde ahí, qué emociones están alojadas en nuestro cuerpo y qué necesidades posibles están contenidas en ellas. Necesidades que quizás podemos satisfacer por nosotros mismos o con ayuda de la persona con la que queremos comunicarnos.
Con la práctica continuada del mindfulness o entrenamiento de la atención conseguimos, poco a poco, apaciguar el fluir continuo de nuestro pensamiento que nos está impidiendo acceder a la información contenida en nuestro interior. Activamos, desde un lugar compasivo y sereno, una escucha consciente que nos permite ver donde antes no podíamos.
Lo segundo que nos dificulta una comunicación verdadera, sana y consciente, es que, aún siendo capaces de entrar en contacto con nuestro mundo interior, no dispongamos de las herramientas para hacer llegar nuestro mensaje.
Al entrenarnos en estar más en el aquí y ahora, somos más conscientes de nuestros patrones de comportamientos a la hora de comunicarnos, de la reactividad de nuestras acciones, del uso de nuestro lenguaje verbal y no verbal y de las incoherencias que observamos entre lo que pensamos, lo que sentimos, lo que hacemos y lo que decimos.
Ser conscientes de nuestras dificultades es el primer paso para iniciar un camino que nos aporte los recursos que necesitamos. En mi camino de investigación en este sentido me he encontrado con un modelo de comunicación que recomiendo muchísimo y que ponemos en práctica en uno de nuestros talleres https://www.el-proceso.com/taller/comunicacion-sana-y-consciente/ , el modelo de Comunicación No Violenta o Comunicación Compasiva de Marshall B. Rosenberg.
Lo tercero que nos dificulta una comunicación verdadera, sana y consciente, es que, en la posición de receptores del mensaje que nos envía nuestro interlocutor, no seamos capaces de recibirlo estando presentes y con empatía.
Al decir estar presentes me refiero a seguir manteniendo una escucha interna al tiempo que escuchamos de manera consciente a la otra persona, una escucha que vaya más allá de comprender el significado de sus palabras y que nos permita percibir su estado emocional y a la vez, qué emociones se mueven en nosotros al recibir el mensaje.
El gran beneficio del mindfulness y la meditación es precisamente que su práctica nos permite desarrollar nuestra capacidad de presencia, una presencia con todo nuestro ser y que, además, nos posiciona en el lugar de amabilidad y compasión, que es donde las comprensiones pueden darse, tanto de nosotros como del otro ser humano.
Saber comunicar es todo un arte que se cultiva y no me refiero a comunicar un conocimiento, que también es una capacidad que se puede aprender y desarrollar, sino a saber comunicar a las personas que queremos, que nos importan, con las que compartimos camino de vida, aquello que necesitamos, en el momento que lo necesitamos y de una manera que sea sana para la relación que mantenemos.
Saber comunicar es todo un arte que nos conduce a disfrutar de relaciones más felices y por el que desarrollar nuestras capacidades para conseguirlo merece el tiempo y la dedicación que invirtamos.
Y el mindfulness, en este sentido, nos proporciona un lugar muy enriquecedor, compasivo y amable, desde el que hacerlo y al que, desde aquí, animamos a experimentar.