Javier Sánchez

Feldenkrais

Estás leyendo a un aprendiz de ser humano que, desde que tiene recuerdo, ha tenido despierta la curiosidad hacia lo que la Vida es.

Es maravilloso cuando uno mira hacia atrás y, tirando del ‘hilo rojo’ de su experiencia, se convierte en testigo de cómo cada acontecimiento vital ha estado hilvanado a la perfección. Cada vez que hago este gesto, siento que la Vida, tal y como se está dando, es la expresión de una Inteligencia que está más allá de mi humano entendimiento actual. Ver la coherencia de esta inteligencia hace aflorar en mí la Humildad y la Confianza y, entonces, un profundo Descanso comienza a ser experimentado.

¿Por dónde empezar a contarte algo de mí? Son infinitas las posibilidades, pero siento que el movimiento es un buen punto de entrada, pues es lo que me ha traído a estar formando parte del equipo de facilitadores de El Proceso.

Hasta hace unos años veía en el deporte mi mayor fuente de conexión con el movimiento, era mi manera de conectar conmigo y con el entorno, mi vía para soltar tensiones y sentirme ligero y alegre. La otra cara de esta moneda eran las lesiones, tensiones y molestias que, sin saber por qué, parecían perseguirme. La rodilla derecha, las cervicales, una fascitis plantar, el hombro izquierdo… todo mi cuerpo participaba de aquella expresión constante que yo catalogaba de ‘mala suerte’, de ‘faena de la vida’, de ‘cuerpo falto de preparación para ciertos deportes’. Mi cerebro proponía infinitas explicaciones y yo me las creía casi todas. Tenía menos de 21 años, una considerable actividad física y un cuerpo que hacía todo lo que podía por restablecer la armonía en el sistema. 

Con 21 años empecé a trabajar como enfermero, llegó el sedentarismo a mi vida, conocí el estrés (aunque en ese momento no lo sabía) y a los 27 años, todo precipitó en un proceso de dolor intenso y limitante a nivel lumbar que paró en seco toda mi actividad. Se me diagnosticó una hernia discal en la columna lumbar y mi bienestar quedó supeditado a un peregrinaje por varios traumatólogos y al tratamiento con antiinflamatorios que estos me proponían. Fue un proceso laaaargo y doloroso cuyo punto de inflexión se dio cuando comenzó a nombrarse la intervención quirúrgica como posible solución. Aunque con mis 27 años me aconsejaban que dejara esa opción como último remedio. 

Ahí comenzó mi implicación real en mi proceso, es decir, a partir de ese momento, asumí que era yo quien estaba viviendo aquella situación, que la medicina del momento no sabía cómo ayudarme y, tras un período de sentirme desamparado y víctima de la Vida, comenzó a llegarme información nueva que me ayudó a dar algo de luz a aquel momento en el que me sentía perdido y frustrado.

Poco a poco, fui descubriendo en el dolor a un gran maestro que me acompañaba e invitaba a explorar cómo me movía y qué maneras más amables de hacerlo podía encontrar. Una nueva ‘mirada’ estaba naciendo y me invitaba a dejar de luchar con los obstáculos para, en su lugar, aprender con ellos. Así es que se fueron presentando ante mí nuevas disciplinas a través de las que ha ido madurando esta ‘recién nacida mirada’.

La meditación budista me sirvió de espejo a través del cual conocer los condicionamientos de mi mente y supuso un antes y un después en mi manera de vincularme conmigo y con el mundo. Además, descubrí una concepción del movimiento totalmente nueva para mí, el movimiento de lo sutil. Luego bebí del Advaita Vedanta y de Un Curso de Milagros a través de la Escuela del Perdón, que sigue siendo mi referencia para la práctica meditativa y una manera de recordarme que existe una mirada inclusiva y amable que espera pacientemente ser habitada.

La práctica del Yoga llegó a mí en esta época de nuevos inicios y me regaló un camino a través del cual ampliar mi consciencia corporal y, con ello, se abrió ante mí todo un mundo de posibilidades de movimiento que me devolvió la confianza en mi cuerpo y en mi mente, pues me vi haciendo cosas que ya consideraba imposibles para mí. Otro regalo del Yoga fue mostrarme mi autoexigencia, hasta el punto de que me lesioné y tuve que parar y revisar mi abordaje de la práctica. 

En pleno proceso de recuperación, tras haber detectado la violencia que hay detrás de una mirada que persigue resultados, siguiendo el olor de lo suave, de lo amable, del movimiento fácil y sin esfuerzo, me encontré con mi actual fuente de inspiración y regocijo, el Método Feldenkrais, que me acompaña desde entonces (2016) y con el que aprendo a transmutar la exigencia en curiosidad y ganas de explorar, el esfuerzo en facilidad y gozo, los obstáculos en abono para la creatividad y, finalmente, el movimiento en un juego infinito de opciones por descubrir y disfrutar. 

Puedo decir que, a través del Método, mi interés por el ser humano y por la Vida, han encontrado un Portal por el que desborDarse, y los sueños que parecían olvidados y dados por imposibles, regresan ahora, tímidamente algunos, y otros con el descaro del atrevimiento que la confianza da.

Este es mi Presente, el actual extremo de ese ‘hilo rojo’ que me permite mirar atrás y sentir un profundo agradecimiento por todo lo caminado y una más que nutritiva Confianza que me regala el poder estar atento, abierto y juguetón a cada paso que está siendo. GRACIAS.

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